Por
Gabriel Palumbo

En el MARCO

Portales hacia el uso incesante 

Con una heterodoxa instalación en las tres plantas de La Boca, José Luis Landet expone cientos de obras hechas con elementos reciclados. El museo funciona en modo galería, con cita previa los días de semana.

 

lPh: Gian Paolo Minelli

 

Escribe el filósofo alemán Peter Sloterdijk que el final del siglo XX mostraba un cielo cubierto de estrellas extinguidas, y que el arte de considerar esas figuras contribuye a lo que él llama contemporaneidad. Compara esa lectura celeste con “una visita a un museo de errores”. Contemporaneidad significaría, para él, “un aprendizaje negativo”. Quizá, decimos nosotros, lo que llamamos arte contemporáneo sea una concesión, un acto de pereza que nos permite hablar de un dispositivo particular aunque, en realidad, ya no tiene ni forma ni contenido definible. Lo que vemos es el arte que sucede ahora. Así, el arte de esta época se define más como una forma de reescritura de las tradiciones dentro de la realización del mundo de la vida, que como un programa o un manifiesto al que hay que seguir y cumplir a rajatabla.

No es sencillo encontrar una exposición donde esta idea tenga una materialización estricta. En El Atajo, que José Luis Landet montó con curaduría de Sandra Juárez en el museo MARCO de La Boca, están contenidas todas las discusiones alrededor del devenir del arte en Argentina de las últimas décadas. La intencionalidad del artista por destacar los tópicos de debate del arte político, de la díada entre abstracción y figuración, de la materialidad y la desmaterialización del arte, de la importancia de la pintura, del lugar de la memoria en las concreciones estéticas y hasta la problematización del lenguaje como medio de comunicación se suceden en una misma muestra sin perder ni por un segundo la voluntad y la determinación por buscar la belleza.

Las diferentes capas en las que se puede descomponer esta ¿instalación? de Landet empieza por la inabarcabilidad. Parado el espectador frente a la aventura que se avecina, la primera sensación es que será imposible verlo todo.

Es tal la cantidad de obras, 467 en total, y el impacto visual que provocan en su diversidad de registros que parece imposible que hayan sido realizadas entre el año pasado y el actual.

Landet trabaja con una materialidad muy particular. El principal de sus soportes lo constituyen viejas pinturas de artistas amateur que consigue en ferias y hojas de libros y periódicos. Hojas de libros de la liturgia comunista heredada de su padre, periódicos partidarios y panfletos y también papel milimetrado. Sobre estos materiales interviene con pintura, ferrite, arma collages, y superpone diferentes capas de material con la única constante de ser elementos que ya han sido utilizados. Hay una intención política en esta elección de Landet que podría pensarse como una reinscripción de la dialéctica de Marx en clave de entender la producción, la circulación y el consumo de las mercancías.

Todo lo que usa Landet para la manufactura de sus obras ha pasado ya por otras manos, ha estado en circulación, ha sido consumido y descartado. El método Landet consiste en eso, volver a circular estos materiales bajo otros registros para desdibujar la idea misma de autor. Si hay una marca en este método del artista es la técnica de la inmersión. Landet toma los materiales, las hojas, las pinturas, sus propias composiciones y los sumerge en esmalte sintético negro mate de modo tal que el fondo solo aparece de manera caprichosa y hasta lateral. De lejos, algunas obras parecen partituras, al acercarse, el espectador puede leer frases sueltas, a modo de aforismos, que quedaron reveladas del soporte original.

La planta baja opera como una antesala. Prepara al visitante para el verdadero atajo, para el camino más complejo. En las paredes laterales de la gran sala aparecen, un tanto espectrales, unos rostros pandémicos asomados desde el papel y el trabajo con el esmalte. Acentuados con ferrite, se agrupan en obras de 80 x 60 formando módulos enormes, de más de dos metros de lado. En el muro final de esta planta baja está montada “Triadas”, un fenomenal friso formado por 162 obras (la serie en realidad tiene 200) en los que Landet condensa muchas de sus ideas. Se trata de pequeños collages, siempre de tres imágenes, con un epígrafe y hasta con un subtítulo. Las estampas son recortes de viejas enciclopedias que el artista fue comprando con el correr del tiempo, seleccionadas por temas. Hay fotos de personas trabajando, de animales, imágenes históricas y bélicas, científicas y del cosmos. Luego de esa selección, Landet agrupó de a tres las figuras buscando la composición pero también dando margen al azar y la repetición marcada por la respiración propia de quien practica Tai Chi. Una vez logrados los collages, el artista los unifica en una sola impresión color y los dispone sobre papel milimetrado. Este montaje, colocado sobre un bastidor es trabajado por inmersión en esmalte en los bordes, unificando el método de trabajo de Landet y dándole más fuerza aún a la composición general. Cada una de las piezas tiene, debajo, un texto, extraído también de una enciclopedia, en este caso dedicada a temas del cosmos, que le agregan a las obras un elemento entre enigmático y explicativo. Con estas obras se realizó un libro en dos tomos, que puede ser leído linealmente, en oblicuo, como aconsejaba Michel de Certau, o hasta cortazarianamente.

De “Triadas” se pasa a la estructura que lleva a la segunda planta. Tal vez este sea el verdadero atajo de Landet, el que comunica un tipo de experiencia con otro. La idea de inmersión es imposible de evitar. El espectador sube la rampa, de leve inclinación, hecha de maderas y con una estructura de hierro que le da solidez real y visual. Los pasos se marcan en las tablas llevando la vista hacia abajo y hacia arriba, como un nexo entre los tiempos posibles. El armazón de la rampa tiene maderas cruzadas formando cuadrículas de diferentes tamaños. Las interrumpen una obras pequeñas, llamadas por Landet “Esculto pinturas”, hechas con fragmentos de pinturas viejas, más pegamento y otros materiales.

Ya en la planta alta las cosas se hacen más complejas. Domina el espacio un cuadro de Enrique Nani, pintor boquense de alguna fama. La pintura, un típico paisaje de la escuela de La Boca de esos días, está suspendida y se pueden ver ambos lados. Detrás, en el lienzo, hay una postal con una esquela del autor. La obra de Nani, allí dispuesta, es otro hallazgo de Landet. Apuesta a resituar la espacialidad y a devolverle a la tradición su lugar en la historia del arte. Y lo hace en medio de un juego de contemporaneidades cruzadas de tal magnitud que convierte algo que podría parecer arcaizante en un ejercicio pleno de presente.

En esta segunda planta hay dos senderos. Uno de ellos está dedicado al bucolismo paisajístico típico de los pintores amateur. Una suerte de Walden acriollado, con casas perdidas en el bosque y espejos de agua imaginados. El otro sendero se plantea como su opuesto. Una serie de diez cuadros de 30 x 30 arman un retrato político de la Argentina de los años 70, alejado de toda literalidad. Se trata de unos collages en los que, en el cielo, como si fueran nubes, flotan banderas con consignas de la juventud peronista ante la vuelta del líder en 1973. Otra vez, Landet echa mano a esos deshechos socio culturales para cortar retazos del libro Perón, el hombre del destino y armar unos paisajes entre ingenuos y comprometidos, fiel reflejo del espíritu de época.

Al final de ese pasillo está emplazada la parte más conceptual de la muestra. El archivo documental del proceso de creación de Landet y hasta de sus invenciones anteriores está contenido en un gabinete con cajones laterales lleno de obras y de materiales. En el escritorio central, una sucesión de sellos, papeles escritos, cuadernos y dibujos que parecen mapas.

No es extraño que una empresa como la que acomete Landet encuentre límites en el lenguaje. En el extremo —en muchos sentidos— de la exposición, el artista se hace cargo de esta limitación y crea, a la manera de la panlengua de Xul Solar, un lenguaje propio. Landet genera un alfabeto alternativo que talla en las tapas de libros acementados y pegados. En un fanzine que se reparte en la exposición, los textos son trilingues, español, inglés y este nuevo lenguaje acuñado para dar cuenta de un mundo nuevo, lleno de intersecciones espacio temporales.

El Atajo de José Luis Landet es una muestra que está llamada a perdurar analíticamente. Su trabajo reúne algunos de los elementos clásicos de la historia intelectual del arte y la cultura; la enciclopedia, el archivo, el atlas, los lenguajes. En su mundo se adivina Aby Warburg, Hélio Oiticica y Jorge Luis Borges. Los desafíos que se propone, los debates que contiene y las formas de resolución que plantea están allí para siempre y no creo equivocarme si aseguro que estamos frente a una de esas obras referenciales, a las que se vuelve una y otra vez. Una experiencia única que al mismo tiempo se instala en el recorrido vital, histórico y estético del arte argentino.

El Atajo
José Luis Landet
Lugar: MARCO, Almte Brown 1031, La Boca
Fecha: hasta el 19 de septiembre de 2021
Horario: de lun a vie de 10 a 17, con cita
Entrada: gratuita

 

*Este artículo se publicó el 11/06/2021 18:21 en Revista Ñ 

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